Desde el principio de los tiempos, se ha cuestionado lo que es bueno y lo que es malo. Infinitas obras literarias están centradas en este tema, pues su influencia en la sociedad siempre ha levantado opiniones de lo más diversas. Pero en el caso de la obra del doctor Jekyll y mister Hyde, el tema central no es lo bueno y lo malo; la razón de esta novela- como en varias del mismo autor- es el dualismo, la moral y la naturaleza humana en su más básica expresión.
Podríamos usar la famosa frase de Shakespeare en Hamlet: “Ser o no ser”, exactamente de eso se trata. La lucha por ser quien debes ser, contra quien muy en el fondo eres.
El doctor Henry Jekyll, hombre honroso y distinguido de Londres, siempre ha sido objeto de buenos comentarios. Pero también tenía ciertos gustos que podían no verse bien junto a la actitud solemne que buscaba siempre reflejar. Por lo que decide esconderlos en lo más hondo de su espíritu y de ahí, como en las palabras del autor, fue “condenado a una profunda duplicidad” en su vida.
Hasta que, gracias a diferentes experimentos, consiguió una “pócima transformadora” en la que, al tomarla, deja de ser el agradable doctor Jekyll para convertirse en el desagradable y odiado mister Edward Hyde.
Convertirse en mister Hyde asegura una “desconocida, pero no inocente, libertad del alma”, pues no siente esa necesidad apremiante que nos sucede a muchos de agradar a todos.
Mientras que, por un lado, el doctor Jekyll disfruta de cierto prestigio en la sociedad, por el otro, su doble, mister Hyde, despierta ante quien lo ve una fuerte sensación de chocancia y desagrado. Según el análisis del escritor, se debe “a que todos los seres humanos con quienes tropezamos son un compuesto del bien y el mal, y sólo Edward Hyde, en las filas de la humanidad, era el mal puro”.
Nos intentan decir que la maldad, por más astucia que se tenga, no se puede esconder y se manifiesta físicamente. Sería, podría decirse, una especia de advertencia de la misma animalidad del hombre.
Mister Hyde no se escapa de esta característica, pues Jekyll, en una carta de declaración, muy claramente dice: “Así como la bondad resplandecía en la cara de uno, la maldad estaba grabada, clara y patente en el semblante del otro. El mal (…) había impreso en aquel cuerpo huellas de deformidad y ruina”.
Es así como se puede diferenciar fácilmente uno del otro, pues a la vez que Jekyll es un hombre de aspecto físico agradable, Hyde es más bajo de estatura, menos robusto y menos desarrollado que el lado bueno.
Esta historia, como dije en un principio, no se basa en lo bueno y lo malo, sino en la necesidad de mantener una conducta y, finalmente, una vida que sea “aceptable” según los parámetros de la sociedad.
Lo que lleva a mantener una parte, puede que pequeña pero importante, de nuestro ser escondida, debajo de muchas capas “políticamente correctas”, una parte de nosotros que, si bien pueden ser mal vista por algunas personas, es el complemento de cada uno.
Este libro es el estudio de uno de los muchos conflictos antiguos entre natura y nurtura. Un análisis sobre si nuestras emociones, comportamientos y características físicas son heredades genéticamente o si, por el contrario, son derivadas de la sociedad.
Pues nuestro buen amigo Jekyll se avergonzaba profundamente de sus faltas que, según él, consistían únicamente de “una disposición alegre, ansiosa de placeres”. Pero un hombre como él no podía, o más bien no debía, de tenerlas. Por eso aparece nuestro no muy amigo Hyde quien llegó a convertirse en un hombre capaz de hacer todo lo que su doble no se atrevía, sin temor ni compasión, hasta llegar a cometer uno de los actos más deplorables: un asesinato.
He ahí donde la dualidad tiene su punto más dramático. ¿Ocultamos todos deseos oscuros y actitudes tan bajas? ¿Es posible que en el fondo de nuestro espíritu tengamos un Hyde esperando una pócima para hacer acto de presencia?
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